Cómo llevar a un marxista a la cama en tres pasos
Por Adriana Fonte
En estos tiempos posmodernos la fórmula para una relación casual es relativamente sencilla. Todo comienza por las redes sociales: un sutil “me encanta” a cada una de las quinientas fotos que has publicado desde que te abriste la cuenta y un “Hola bebé” por privado y otro de vuelta –nunca sin antes haber revisado el perfil del interesado, claro–, aunque sepas de antemano que le dedica ese mismo “Hola bebé” a cada una de las mil mujeres que colecciona en su Facebook. En caso de que haya reciprocidad, una conversación liviana y algunas fotos subidas de tono bastarán para pactar una fecha y un lugar, tener una cita y pasar del café a la cama. Esto se repite sin cesar y, cuando vienes a ver, formas parte del torbellino de promiscuidad que tus padres nunca quisieron para ti, como la niña buena que debiste ser y no fuiste.
Así es hasta que un buen día te tropiezas con una especie rara, un saludo que no es precisamente “Hola bebé”. Te descubres inmiscuida en una conversación que te exige poner a funcionar los neurotransmisores que creías perdidos. Tratas de buscarle una explicación y entonces te lo confiesa: estás envuelta en un tú-pa-tú con nada más y nada menos que un marxista. Sí, así, en negritas y cursiva. Tu gusano interior tiembla ante la presencia del fantasma que recorre las calles de La Habana (que no es precisamente Europa).
Las viejas fórmulas se quedan cortas. Nada de “me encanta” a fotos. Tal vez algún post teóricamente aceptable (cosa difícil a ojos de un marxista) es merecedor de su atención. A pesar de que haya sido él quien le dio inicio a la conversación, quizás no tenga pretensiones más allá de cumplir una norma protocolar del Manual de urbanidad y buenas maneras de Carreño (esa gente lee de todo). Entonces tú, gracias a las pocas referencias que logras reunir, comienzas a elucubrar y construir un modelo de crush según lo estipulado. Se te hará difícil salir de la conversación impersonal. Debes entonces recrear todo un plan que alterne entre inteligencia y sexytud. Serán horas de stalkeo digital hasta dar con algún detalle que pueda llamar la atención del susodicho.
Para el momento en que finalmente logres tenerlo entre las redes del chat habrá acabado tu tranquilidad. Tendrás que pensar y repensar cada palabra, cada imagen, cada grafema, porque todo, absolutamente todo lo que escribas será milimétricamente medido. De algo puedes estar convencida, si llegaste a aguantar las primeras 24 horas de conversación metatrancosa y algún que otro chiste fácil –típico–, habrás pasado el test de selectividad, rígido como sus conceptos.
Supongamos que sí, que contra toda probabilidad las conversaciones se hacen amenas, frecuentes y comienzas a notar que ese huevo quiere sal. A esa conclusión llegarás por mero instinto porque no habrá ninguna insinuación o piropo, ni aunque sean las once de la noche y tus hormonas estén alborotadas y expectantes de una brecha que te permita lanzar un doble sentido. Nada. Los marxistas son androides, no esperes que tengan hormonas, ni siquiera a las once de la noche. Ten en cuenta que por años, mientras tú a esa hora tenías una vida, ellos convulsionaban entre volúmenes de metatranca germánica.
Llegado el momento decisivo, pactan un encuentro (o lo inventas tú). Marxista que se respete no acepta una cita, sino que te incorpora a su agenda. Saca tres horas de su apretada semana para cumplir contigo, preferiblemente un lunes. Formas parte de sus compromisos, no de sus placeres. Tres horas es todo lo que tienes para desplegar tu arsenal de puta valiente.
La primera fase será la que he denominado El Golpe (nunca blando, siempre duro). En esta fase tu objetivo será sacarlo de su zona de confort. Él llegará de traje y corbata, tú ve con ropa casual. En tres horas casi no te dejará hablar, los marxistas viven para oírse a sí mismos, es un precepto de sus escrituras sagradas. Comenzará un ditirambo infinito de teorías sociales, políticas y económicas. Usará todo el tiempo palabras de más de cinco sílabas que te harán replantearte tus lecturas. Te dibujará esquemas con sus manos finas de uñas perfectamente recortadas. Te mirará a través del cristal (todos los marxistas son miopes) y te hablará desde la distancia de dos nasobucos como muestra de que no confía en tu salubridad. Tú mantente atenta a cualquier indicio de flirteo. Piensa que si ya está ahí, frente a ti, solo pueden ser dos cosas: o está pa cosa o quiere hacerte blanco de su educación popular. Opta por la primera opción y sigue avanzando.
Siempre hay algo detrás de esa fachada puritana, por eso la segunda etapa será dejar al descubierto el estado ideal de un marxista. Para eso hay pautas marcadas: háblale de lo mal que estamos, la descomposición, las colas, la represión, los derechos humanos, los presos políticos. Primero te verá como enemiga, tal vez como agente de la CIA, incluso del G-2. Él se sentirá en el deber moral de refutar con al menos tres elementos cada uno de tus planteamientos. En su lucha sinsentido contra la realidad que le muestras, llegará solito a la etapa que corresponde, La Inflamación: respuesta inespecífica frente a las agresiones del medio que tiene como objetivo aislar y destruir al agente dañino y, como en medicina, se denomina con el sufijo –itis, en este caso Comunistitis. Los signos son patognomónicos: rojo, caliente, tumefacto, impotente y adolorido. Si es curtido en el tema desviará tu atención con preguntas philo-tramposas: ¿Qué son las colas? ¿Qué es la represión? ¿Qué es el estado? ¿Qué significa ser humano? Todo en esta etapa es favorable: si se inflama es porque hay sangre, si hay sangre hay hormonas, si hay hormonas hay adrenalina y testosterona, justo las que te servirán luego, a las once de la noche.
La tercera etapa será La Desnaturalización. Con sus defensas bajas no hay barreras de protección, tu camino está libre. El querrá lanzar al menos un piropo que, a medida que vaya pasando por los filtros oficialistas que se ubican entre el encéfalo y la lengua, se transformará en un “la Revolución está acabada”. Si oyes esa frase o una similar, está hecho, lo tienes en el bolsillo, es tuyo. Descansa tranquila, dale una calada profunda a tu cigarro y tómate el último sorbo de café: la estructura está sufriendo cambios, se está desnaturalizando.
Tres horas bastarán para ver el paso de una etapa a la otra en busca de la resolución del conflicto del que formas parte. Una lucha de clases, porque no se te ocurrirá nunca pensar que son homólogos, el antagonismo es inherente: él es heredero de costumbres burguesas y tú eres solo una versión disidente-gusanoidea del proletariado, alienada, sin respuesta a sus preguntas. Pero eres, además, una mujer empoderada y vivirás para ver cómo el marxismo comienza a volverse libidinoso.
Despídete con un fuerte apretón de manos –no esperes más– y aguarda hasta las once de la noche. Toda la historia de la humanidad hasta ahora es la historia de las luchas de clases y la victoria del proletariado es inevitable.