Celebro el triunfo de Javier Milei

Por Santiago Díaz M.

Mujercitos Magazine
5 min readNov 28, 2023
Imagen de portada de Claudia Patricia

El exilio cubano, tal vez una superstición martiana, un pañuelo ensangrentado de Reinaldo Arenas, una dimensión miamense del mundo (con su oscuro centro en Playa Albina), o, quién sabe, algo indefinible, ofrece tal diversidad de presencias que pudiera incluso jactarse de tener en sus filas a no pocos de los así llamados intelectuales de izquierda.

Hasta eso ha tenido que sufrir el fantasmón del exilio.

Y no creo que sea un absurdo menor. Si uno mira bien, ve que los intelectuales de izquierda en realidad trabajan, lo sepan o no, lo quieran o no, a favor de la dictadura cubana. Si representan la comedia de la disidencia (una disidencia en última instancia imposible para ellos, pues valdría tanto como la tentativa de romper una tautología) es para llegar a decir: ‘Ustedes no son el auténtico socialismo’ (lo cual significa, naturalmente: ‘let’s try again!’). Luego llegan a otro país, es decir, al exilio, y empiezan a ver intolerancias y totalitarismos dondequiera que se repudie fanáticamente al castrismo, al socialismo o a la izquierda… Se sienten ofendidos.

¿Qué esperaban? ¿La pose de sujeto omnisciente, moralmente superior, típica de los intelectuales de izquierda? ¿Una hidra gramsciana? ¿Una comunidad de poetas de izquierda recitando poemas en honor a los Kirchner, los Maduro, los Castro, los Sánchez, los Petro, los Lula? ¿Palmaditas en los hombros?

¿Esperaban que las víctimas del comunismo abrazaran moral e intelectualmente todo aquello que lo sostiene? ¿Esperaban que las víctimas renunciaran a la violencia fanática, natural de su memoria, a la que por cierto tienen derecho, y empezaran a hablar y pensar como intelectuales de izquierda?

¿Por qué? ¿Para qué? ¿Para evitar que se diga que ‘el exilio’ es intolerante? Bueno, digan lo que digan los resentidos hipócritas de la izquierda, hay ciertas cosas que no se debieran tolerar.

El comunismo, que ha cobrado más víctimas que el fascismo y el nazismo juntos, y que, aún así, mantiene su prestigio, no debiera ser tolerado. Esto parece obvio, hasta que vemos a una ministra de izquierda hablando maravillas de Lenin, o del ridículo Che Guevara, un pequeño y vulgar fan de Stalin. Entonces uno ve que no hay nada tan obvio como el hecho de que no existe lo obvio (‘la historia de lo obvio es la historia de lo oscuro’, dijo Calasso).

¿Y los socialismos implicados en los nuevos movimientos de izquierda? Un problema. Las instituciones culturales han sido tomadas por estos movimientos, están enfermas. Ahí está la cosa LGTB, el control del lenguaje, la mina inagotable del colonialismo, la invención de nuevos ministerios, los grants, las becas: los intelectuales de izquierda chupando y chupando dinero.

¿Cómo no van a sentirse amenazados por un fenómeno continental como Milei? ¿Cómo no van a lanzarse a limpiar la imagen de sus presidentes de izquierda? ¿Cómo no van a ponerse a escribir sus paginitas ilegibles, cada vez más confusas, desesperadas? Tienen que hacer algo. O pierden su grant.

Para ellos, el corrupto de Sánchez va bien, Petro terminará su mandato como un presidente ejemplar, el de México derrama pura sabiduría sindicalista, Maduro comete algunos errorcitos, pero al menos no es de derecha. ¡No es Milei! Y Lula debe ser canonizado. ¡Esa es la izquierda!

Cuán embrutecido y prostituido tiene que estar alguien para militar en esas filas. Cuántos académicos de izquierda leídos y citados. Cuánto delirio…

Los mismos escritores izquierdosos que leen a Reinaldo Arenas con entusiasmo son los que pretenden salvar el socialismo ante la avanzada de ‘la ultraderecha’. O del mero exilio. Sin duda, el exilio no es para ellos lo que fue para Arenas. Para este el exilio fue cualquier cosa, menos un lugar para tomarse en serio a los despreciables intelectuales de izquierda, sus enemigos naturales, de él y de la furiosa libertad que se cumple en su obra.

Lo peor del exilio cubano no es su fanática intolerancia hacia sus intelectuales de izquierda; fanática intolerancia que, para tales intelectuales, sería una duplicación absurda de la violencia castrista. Lo peor del exilio cubano son sus intelectuales de izquierda.

Todo exilio es violencia. Toda violencia es duplicación, retorno, círculo. ¿Hay que leer a los académicos de izquierda para saberlo?

Curioso personaje, Milei. Un presidente economista. Anticomunista. Anarco-capitalista. El mayor showman antikirchnerista. Se exalta en los debates, grita como un loco, pero grita, en primer lugar, hechos de economía.

Economía. That’s the main thing. Nada de cháchara sobre ‘justicia social’ y esas mentiras populistas de la izquierda. Nada de ‘pensamiento mágico’ (lo cual se encuentra, ante todo, en colectivismos y buenismos). Economía. En consecuencia: anticomunismo. Negación feroz de todo estatismo de izquierda. Libre mercado. Todo aquello que la miseria de izquierda jamás podrá dar. Libertad, nuevas estructuras.

Los intelectuales de izquierda se permiten ver a Milei como un personaje ridículo, un loco de ultraderecha en sintonía con Trump. Para ellos todo lo que no sea izquierda es ultraderecha, fascismo. Con esto no solo muestran una mala fe y un resentimiento insuperables, sino también una deshonestidad intelectual evidentísima. No respetan jamás las categorías del otro.

Evidentemente es una cuestión de bandos. Ellos ya tienen el suyo: Biden, Lula, los Kirchner, ‘el imbécil de Roma’, Sánchez, Maduro, los Castro… Nada ridículo por ahí…

Milei está con Estados Unidos e Israel, ellos con Rusia y Palestina (es decir, con Putin y con Hamas, aunque naturalmente prefieran ignorarlo). ¿Estados Unidos es inocente? ¿Israel es inocente? Por supuesto que no. No existe tal cosa como la inocencia en Historia. Y no haré yo para esos países lo que hacen los intelectuales de izquierda para Rusia y Palestina y China y Cuba: limpiar imagen. Estados Unidos e Israel no son inocentes, pero hay algo en ellos que no vemos mucho en los países del otro bloque: libertad (economía, excesiva democracia). ¡Hay grants!

Occidente es una ficción, pero una ficción necesaria. Si los intelectuales de izquierda que se fueron a vivir a Estados Unidos, por ejemplo, no creen que ese sea un país infinitamente más libre que sus contrarios, pues que se vayan de allí, que abandonen su grant. Las ratas también se mueven, ¿no?

Yo apuesto por Milei.

Uno sabe que las cosas están mal cuando hay demasiados intelectuales de izquierda.

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