Cuba es un país homosexual que no ha salido del closet
Por Ricardo Acostarana
El conocimiento del mundo debe ser adquirido
solamente en el mundo
y no en un armario.
Felipe Chesterfield, 1694.
Vamos a tomar riesgos.
Vamos a parecer desagradables y estúpidos, desfasados, faltos de respeto y homófobos.
Vamos a insultar al autor, vamos a lincharlo en las redes y donde sea que lo veamos, la mascarilla ya no es un impedimento para no reconocerlo en la calle.
Vamos a quejarnos ante los editores de esta revista que permiten que salga a la luz un texto aborrecible desde sus primeras líneas. Pero también vamos a imaginarnos a unos maricones reprimidos y tomemos a este pedacito de tierra, que poco le importa al mundo, como un país homosexual que no ha salido del closet.
Vamos entonces, como buen homosexual reprimido que se respete, a imaginarnos también un closet. Escójanlo a su gusto, empotrado, exento, de seis puertas, de caoba, algarrobo o caguairán.
¿Somos, como nación, el homosexual que yace dentro del armario y no sabe cómo, no encuentra la manera de decirle al mundo que lo es y que se siente orgulloso de serlo? ¿Somos realmente nosotros el closet y es el gobierno, como parásito que se adhiere, el que vive dentro de nosotros? O de lo contrario, ¿el closet es tan grande, con tantas gavetas y compartimentos, que tanto el gobierno como nosotros cabemos dentro?
I. Yo no pongo la otra mejilla… compañero
Esta Revolución, según las tenias que así la concibieron, se hizo por hombres y para los hombres, hombres de pelo en pecho, axila engarrotada y mirada estalinista; para mujeres que no aceptaran varones que no fueran moldeados en el horno de la sumisión del hombre nuevo.
Por aquellos tiempos se intentaban deshomogeneizar ciertos patrones que según los nuevos dueños de esto, eran contrarios al proyecto de nación que tenían en la cabeza. Para el día en que alguien pidió disculpas ante el mundo y asumió su error diciendo que había otros temas de mayor importancia, ya los homosexuales constituían un país entero enclaustrado en un viejo armario blindado de afuera hacia adentro, y las poses elvispreslianas y la platinada voz corroían a varias generaciones que creyeron que ser felices era aguantar el próximo sacrifico que les viniera arriba. Ergo, esa gente tiene trancada la puerta, y nuestros gritos, convertidos hace años en susurros, no los escucha ni Dios. Entonces, “El susurro de Tatlin” de Tania Bruguera, repetido una y mil veces, termina siendo bozal.
II. El armario es un armario es un armario es un armario
Sobre nuestras cabezas se fundó la idea y las cabezas fueron fundidas, y los cien mil millones de dólares que dejó caer la Unión Soviética durante treinta años sobre el yunque que significó Cuba para el otrora imperio, también fueron fundidos.
Convertidos en el closet donde se guardan los héroes prefabricados y hazañas más gatas que Schrödinger, estamos destinados a importar el hambre desde cualquier pellejo que nos tire una mano. Vivir parasitariamente, pensará el régimen, es la mejor manera de anclarse en la inmortalidad de un sueño que nunca fue. Dicho así, somos un país que sangra por el culo en forma de chocolate rancio cuando alguien se atreve a compararlo con la apetecible lógica de Haití o Noruega, o con la Cuba de la que ya muchos ni siquiera tenemos constancia.
Ninguno de nosotros acepta la milonguera idea de que un día, si se cayese el sistema, nos convertiremos en Guatemala o El Salvador. Tampoco somos ingenuos al pensar que de rampampán lo que venga luego será mejor que lo peor conocido, lo único. Las transiciones políticas –y hablo desde el más sincero desconocimiento– son complejas de cabo a rabo, pero algo está claro, cada vez son más los palafreneros del poder que nos chupan el poco oxígeno que va quedando en este estrecho y oscuro armario, donde ya muchos sobreviven bajo respiración artificial, pero ¿qué hacemos, cómo nos los quitamos de encima y trasmutamos este boicot histórico?
Al ser parte de la boronilla bio-sico-social de la humanidad, tenemos el deber, de una buena vez y por todas, de dejar de ser la rémora azotada, el maricón perdido convertido en una armazón coja y llena de comején. Las minorías que constituimos este país nos alzamos con voz propia, con ese susurro chiflado en altavoces todos los minutos. Los parásitos se matan o se matan.
III. ¡La Revolución no entra por el culo, chico!
Quizás sea esta la versión de país más acertada, incluso para los que se jactan de las prebendas de los dueños de la finquita. Si alguien se atreve a defender este posible axioma, debe tener en cuenta que somos atacados desde todos los esquemas en que no cuadramos, desde todos los resquicios y sacos de mierda, y muchas veces nos dinamitamos en un floreo que finalmente le conviene al Hermano Mayor que nos vigila.
Dentro de ese closet, viviendo junto a ellos, hemos obtenido respuestas y victorias, pírricas, pero victorias al fin. Sin embargo, todas esas batallas son pura vaselina, una ilusión que nos hace ver como una masa compacta que ya se aleja del rebaño. Nos siguen embadurnando de micocilén y aceite de coco nuestras diatribas, propias de un sector que asumió su postura antagónica ante una conducta gubernamental fracasada.
Me sorprendo a veces cuando la gente, al hablar de la Cuba posible, dice que hay cosas que no deberían ser cambiadas. Esto es simple señores, eso que creemos que está “bien”, tiene sus raíces calcinadas, fueron regadas con desincrustante. La educación, la salud, los recursos minerales, la industria biofarmacéutica, todas esas conquistas tienen un denominador común y se llama sa-cri-fi-cio, de apellido im-pa-ga-ble, hijas de Patria-o-Muerte. Saber leer es saber andar, solo si el camino y los zapatos no son sacados en cara con una gigantografía que enseña lo que cuesta cada tramo.
Para que exista compromiso con un paradigma, este debe, como modelo, gestionar las vías pertinentes para verdaderas transformaciones, y eso amigos míos, la revolución cubana no es que no lo haya cumplido, sino que para colmo se ha reído en nuestra jeta. Los defensores hablarán de los primeros diez años en que dentro de nuestro closet se construía un porvenir. Demasiada arrogancia para pocos bolsillos da como resultado, entre millones –porque cada uno de nosotros somos un resultado, diverso y amorfo–, esto que Mujercitos publica, donde se nos acusa de cobardes, seres cobardes con una intransigencia rosca izquierda.
A ambas orillas del closet, donde confluimos apestados y necropoderosos, vivimos a expensas de nuestras consecuencias, las de “ellos”, que nos las dejan caer cóncavas y convexas. Los apestados queremos construir, rediseñar un país no ya mejor, sino posible, vivible. En cambio, los represores que nos atienden juegan a deshumanizarnos con calañas de niños de preescolar, y han sabido ser equitativos y profesionales a la hora de repartir la dosis de hostigamiento, ostracismo y represión que cada cubano necesita.
Así las cosas, un día publican un meme ofensivo y vulgar, damos la perreta correspondiente y lo eliminan. Otro día se pasan por el forro la lógica y el sentido común, propugnan decretos, leyes y medidas lerdas sin previa consulta (nunca lo han hecho), armamos una revolú en algunas calles, plazas y redes sociales, secuestran a unos cuantos, los mismos de siempre, nos plantan vigilancia de todo tipo, nos acorralan en interrogatorios sin husos horarios y dicen: “esperen, creemos que pueden tener algo de razón, déjennos tocar tres, paramos el protocolo mientras le arrancan la cabeza a uno de nosotros para salvar el pellejo de todos los demás, de la revolución”.
Hoy, hacinados en nuestro pedacito de armario, somos ante el mundo la arena fina de Varadero y “los enemigos” ni saben que existimos, aunque es preciso decir que el negocio con lo que queda de nosotros se consolida en materia prima exportable de fundamentos políticos.
En una esquina del armario está la minoría de la minoría y algún que otro infiltrado. Ese tipo de gentuza sabe perfectamente lo que tiene que hacer. Se han leído Il gattopardo como una biblia y su misión es esperar a ver qué sucede para colocarse en el lugar de la historia que más les convenga. Esa ha sido la más preclara idea de los veladores a capa y espada del proceso revolucionario cubano que llevó tú-sabes-quién.
Todos los de aquí dentro, según los infiltrados, somos Movimiento San Isidro o 27N, todos tarareamos “Patria y Vida” después de haber gritado con una pañoleta al cuello ¡Patria o Muerte! Todos vimos el manotazo y no un cordial saludo del Ministro de Cultura. Todos sabemos qué queremos, pero no logramos ponernos de acuerdo, ¡y tienen toda la razón!
¿Algún país macho-varón-masculino no se ha cuestionado nunca su identidad sexual? ¿Está mal ser un puñado de tierra que se quema optando por la inmortalidad?
¿No les parece por momentos que la gente se siente incómoda, insatisfecha, inconforme, asqueada si al vecino le llaman la atención por gritar tres verdades o lo arrastran en plena calle hasta una patrulla? Muchos graban, algunos denuncian, casi nadie impide.
Eso me lleva, teniendo que soportarlos dentro del mismo pedazo de madera, a unas palabras en un tweet que escribiera Díaz-Canel el 30 de diciembre de 2018, donde señaló, hablando del film cubano Inocencia: “…no faltan los mal nacidos por error en #Cuba, que pueden ser peores que el enemigo que lo ataca”. Metan y saquen esa línea de contexto, pero ni Chocolate MC, ni el Al2, ni Otaola se han atrevido a tanto.
Siguiendo esa delgada línea, deberíamos hacer campaña entonces por la carta pública al Presidente de la República (la verdadera es la repartera) que este magazine publicó hace unos días. Queridos, quédense con todo lo que hay dentro de este closet de poco más de ciento diez mil kilómetros cuadrados, o dennos la pira (lo de incendiaria es cosa de ustedes) de esa ciudad subterránea que sabemos llevan construyendo hace años bajo nuestros pies, donde la mierda es tanta y la tubería moral de tan desastrosa aleación, que nuestras cabezas ya no necesitan pensar, sino alimentarse de sus pastosidades para convertirlas en abono, ese mismo con el que digerimos la sentencia inmediata, ¿hasta cuándo es esto, monina?