El billetaje quemando la calle
Por Gerardo Muñoz & Colectivo editorial de Mujercitos
Un fantasma recorre las calles…el fantasma del billetaje. Una vez que el billete comienza a circular por las esquinas se convierte en un juguete imparable y rabioso. Este fantasma ya no es algo por venir. Ya ha llegado, quema en las manos y destila un olor que nos persigue. El dinero no es un fantasma, es lo que permite zafarse para ir hacia otra parte. Todo flow es posible.
En la vida tienes dos opciones. La primera no es tan importante. La segunda, es hacer exactamente lo contrario a lo que se espera de ti, aunque tenga como resultado la inminente marginación. Ahora bien, es importante saber diferenciar. No es lo mismo ser un marginado pasmao, que un marginado con billete. Nunca vas a ser más peligroso que cuando andes con las balas activadas. ¡Ño!, dirán cuando te vean y se acercarán. El billete es como la miel, no hay nada mejor para cazar moscas.
El dinero tiene el poder de convocar: “Oye, ando explotao en balas, ¿qué hacemos?”. Te hace el día. Los tres jinetes del apocalipsis, drogas, sexo y fiesta. En esas cuestiones, el orden de los factores no altera al billete. Los insulsos te dirán que no compra la felicidad. Lo que ignoran los insulsos es que el billete transa drogas, amigos y fiestas, te coloca en la misma órbita que Ozzy Osbourne. El escalón para ser Dios y que te pongan en cada uno de los capítulos de la Biblia.
El dinero llama a la fiesta. La hace posible. Cuando el billetaje está en la calle, la fiesta está entre nosotros. Y es que el billete recorta espacio y tiempo, une a los cuerpos en lo inapropiado de los gustos. No es un mero derroche. El billete nunca es excesivo en la medida en que define una forma: la fiesta. Y la fiesta no es solo efeméride de unos quince o un cumpleaños, sino que también es un baile. El billete en la calle tonifica a un cuerpo que sale contra todo, sin la condescendencia de los saberes y las intrigas.
El billete en la calle significa circulación intensa: algo se mueve allá afuera y nosotros vamos a por él, recorremos distancias y penetramos la noche de lo que no sabemos. Por eso, lo único que sabemos es que nadie sabe qué pasa cuando el billete quema en la calle. Nos trae esperanza en el sentido de que las llamaradas ya están ardiendo dentro de nuestras propias casas.
El límite del billetaje es cuando algo interrumpe su cinética. Y a ese límite le pudiéramos llamar la policía, aquellos que cuestionan la procedencia, la abundancia y todo rastro de privilegio posible. Los que se oponen al juego, aquellos que deciden irse por la primera opción en la vida, la menos importante. Otro es el influencer, quien encarcela lo tóxico en la celda del Yo.
El billetaje en la calle es una nueva etapa del consumo de los pueblos: brillan los cuerpos en la penumbra de la noche mientras el mundo se derrite. No nos importa. Lo importante, como en todo cuento, es el brillo que las ascuas han dibujado en la boca de la noche. Ahí moramos. Por eso no podemos evadir el billete que rueda constante y sonante. El amor no es la posesión de una pieza; el amor es el encuentro ante el brillo que nos lleva a lo que nunca es inerte.
El big-bang del billete en la vida de los jóvenes deja atrás los arquetipos del pasado: el maceta, el billetuo, el chulo, el extranjero o el CEO. El billetaje allá afuera es una nueva entropía que hace que cualquiera pueda ser un explotao. Ser un explotao con billete es superior a ser un explotado por la alienación del trabajo y las miserias de una vida aburrida y gris y monga. Como dice Jhay Cortez: “¡Vete pal’ mall y explótame las tarjetas!”. Pocas verdades tan bellas.
Por todo eso, tenemos que defender el dinero en la calle. No claudiquemos ante lo que hemos ganado; ante la fiesta y el cuerpo, ante el encuentro y todo lo que el billete facilita: el amor para salir de casa, el mismo que asegura que podamos volver a otras. El billete no les teme a los conspicuos terrores de la política: el billete quema porque es el combustible de la fiesta incesante. Y que ya está aquí en los cuerpos de una juventud sónica. Así que estamos todos contentos.