El hombre que fue alien

Mujercitos Magazine
3 min readSep 8, 2021
ArtCover por Claudia Patricia

Por Xavier Borges

Siempre que salgo a fumar al balcón un alienígena se burla de mí. Desde la superioridad de su platillo volador y fumándose un porro de dos metros me saca la lengua. A veces intento hacerle frente gritando maldiciones que ignora, otras solo me convenzo de su inexistencia y vuelvo a mi colchón lleno de manchas de semen, pero sigue molestándome con una música ensordecedora peor que los aullidos de mis perros al ver a un negro. Nada me da más ganas de asesinar que un extraterrestre.

Quiero cortarle uno a uno sus dedos verdes y hacérselos tragar hasta vomitar. Ser un macho héroe de serie B y saltar con mi machete para romperle los cristales de su nave voladora. Crucificarlo justo debajo de la figura de la virgen María que vigila mi cuarto y tirarle dardos que lo hagan sangrar violeta. Explotar sus tímpanos con Antichrist Super Star a todo volumen mientras me río como un loco. Soy feliz debido a que lo odio, la venganza se siente como un orgasmo que me deja inmóvil corriéndome repetidas veces en el piso.

No puedo estar tranquilo sabiendo que ese ser existe, ni siquiera su muerte me produce una paz duradera. Todo intento de superación personal es inútil. No sirve meditar o aprender artes marciales, siempre prevalecerá. Mi esfuerzo es en vano, nunca estaré a su nivel.

Entraré en su cabeza, le susurraré sus miedos más profundos, violaré a sus primas en Urano, haré lo inimaginable para hacerlo perder esa sonrisa cínica y que no le quede otra opción que asesinarme. Será una muerte digna si demuestro mi punto para liberar al mundo de esas verdes cadenas que lo atan.

No será fácil asesinarle, me conoce y me ama tanto como yo amo nuestra enemistad. Probablemente preferiría revelarme la fuente de su poder y morir torturado de manera estoica con esa expresión de apatía que tanto me irrita, tan solo para hacerme quedar como el monstruo que le robó sus poderes al superhombre de otra galaxia.

El ser del espacio yace con las tripas abiertas, tumbado en mi cuarto, mientras yo me siento en una esquina a pensar en todo este nuevo poder que me ha sido cedido. Ahora soy yo el que debe ser alabado, estatuas de mi persona deben ser levantadas en todo el mundo, las personas gritarán mi nombre y llamarán con este a sus hijos. Ojalá todo fuese así de simple, algún muchacho de barrio marginal debe estar planeando un homicidio al no poder dormir debido a mi música. Seguro me tiene envidia.

No creo que quiera salvar a nadie. Qué raro no poder salir de una espiral de odio aun teniendo todo el conocimiento de este planeta.

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