En defensa de Hamlet Lavastida

Mujercitos Magazine
5 min readJun 29, 2021

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ArtCover por Claudia Patricia

Edgar Pozo

Madrid, 29 de junio de 2021

A lo largo del fin de semana nos fuimos enterando todos de la noticia.

Yo, por mi parte, me encontraba en casa de un amigo a las afueras de la ciudad visionando entre copas Sleepaway Camp (1983), mítico slasher de Robert Hiltzik sobre un campamento de verano en el que ocurren una serie de asesinatos y hay muchos planos de una niña que no habla. Una amiga del grupo la propuso ya que una página de Instagram aseguraba ser la recomendación fílmica ideal para los leos.

No sé si él la había visto o no, pero la cuestión es que a la mañana siguiente se cumplieron nuestros peores temores y el mundo conoció que lo habían encarcelado.

Hamlet Lavastida (La Habana, 9 de agosto de 1983), artista plástico, activista y amigo, fue arrestado el pasado sábado 26 de junio, siendo esto oficializado solamente a través de una oscura llamada de teléfono al domicilio de su madre; su hijo se hallaba incomunicado en Villa Marista bajo un “proceso de investigación”.

Podríamos denominar esta situación como kafkiana, si no fuese porque antes es ya desgastante y agotadora. En El proceso, novela de Franz Kafka publicada ya hace casi un siglo, el escritor checo narra el absurdo al que es sometido un procesado que desconoce los delitos de que se le acusan hasta ser finalmente asesinado quirúrgicamente por un resplandeciente puñal.

El libro presagió de forma casi profética el peligro para el ciudadano anónimo que tendrían la burocracia en continuo crecimiento y las maquinarias estatales gigantescas que se desarrollarían en las décadas siguientes.

Lo único es que… ¿Ciudadano anónimo? ¿Hamlet Lavastida? No, qué va.

La realidad es que Hamlet es un tipo muy especial y este texto está dedicado no a exponer las razones por las que debería estar libre –firmes y evidentes–, sino a señalar aquellas por las que no lo está. Ambas cosas no distan demasiado tampoco. Después de todo, todas las imputaciones delictivas que puedan hacérsele son a su vez argumentos en favor de su defensa.

Lo conocí en el barrio berlinés de Mitte a finales de julio de 2020, en aquel momento del año en el que el sol se digna a presentarse por Berlín y la ciudad se echa a la calle a beber Aperol Spritz. Pero pronto aumentaron los contagios y se estrecharon las restricciones coronavíricas. El apartamento de Hamlet, quien entonces gozaba de una beca en la residencia artística (Künstlerhaus) Bethanien, se convirtió en todo un centro de conspiración, confabulación y contubernio contra… el aburrimiento. Eso sí, financiados por la CIA.

Fiestas con artistas, sustancias del espíritu y cine de culto puede ser un perfecto resumen de mi pasado otoño al lado de este gran artista, autor de exposiciones como Cultura Profiláctica (2021). Aunque los clubes estuvieran cerrados y de cara afuera más pareciese un pueblecito de Baviera, Berlín era una fiesta si ibas a casa de Hamlet y allí podías estar convencido de que la cosa iba a ser diferente.

Mientras la gente bailaba al ritmo de Kim Carnes, Nicki Nicole, Chocolate MC u Ovi, en la pared se proyectaban imágenes de archivo de Castro en su visita oficial a la URSS de abril de 1963. Gritaba al lado de Jrushchov “¡Viva Lenin!”, pero lo que sonaba era Marichal cantando “Oe’ Policia Pinga”.

En esas altas horas de la noche era cuando Hamlet brillaba. Decía que ni en su más ciega borrachera había olvidado el año de fundación de la Unión Soviética: 1922. Yo lo que no he olvidado es ese momento… y las risas.

Mientras el resto hablábamos de temas de actualidad de forma general (Elon Musk, China o el transfeminismo), Hamlet no podía evitar regresar al tema de Cuba, a contarnos de cómo nadaba con los peces en las aguas de Santa Fe y a recitar de memoria a Virgilio Piñera. Cuando yo le argumentaba sobre por qué la naturaleza de la nación española era el catolicismo, él me replicaba que me olvidase de todo eso, que el futuro estaba en las Antillas, en el Cubanacán de los taínos.

Fue en estas conversaciones nocturnas en las que nos fuimos percatando de dos cosas sobre Hamlet. Por un lado, que era alguien que realmente sabía de lo que hablaba y que, aunque alguna vez pudiese resultar pedante a los desconocidos, tras sus palabros había contenido real. Por ser parte de este grupo reducido de personas –y también por su biblioteca tanto archivística como mental sobre Europa del Este– fue por lo que conecté con él de una manera a la que he llegado solamente con muy pocos. Caímos también en la cuenta, por otro lado, de que por mucho que intentásemos persuadirlo en contra de ello, Hamlet iba a regresar a Cuba.

Sé que por muchas veces que lo metan en Villa Marista, que no importa cuánto lo mareen, Hamlet seguirá pensando que republicanism or regicide. Su voz no flaqueará y lo oiremos de nuevo hablar con su cubanía desarrollista, cincuentera y en tirantes de República (res publica), de la defensa de lo público, frente a un monopolio gerontocrático agresivo y malahoja. A diferencia del personaje de Memorias del subdesarrollo, Hamlet sí habrá regresado a la isla con su know how.

Como dijese su admirado Lech Wałesa tras ser detenido al aplicarse la ley marcial en Polonia e ilegalizarse el sindicato Solidaridad (Solidarność): “Este es el momento de vuestra derrota, estos son los últimos clavos con los que queda sellado el féretro del comunismo.”

La pronta liberación de Hamlet será –¡y esto es importante que se entienda!– más una muestra de nuestra fuerza que de su debilidad.

Do widzenia!

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