En los 60´s me mandaban a la zafra

Mujercitos Magazine
5 min readAug 12, 2021
ArtCover por Javier Peña

Javier Peña

No hay demasiados comics comunistas. Una rápida búsqueda en Google devuelve una adaptación manga de «El Capital», que desde que descubrí su existencia deseo apasionadamente; y una versión ilustrada del Manifiesto Comunista. No mucho más. Cualquiera creería que la estética soviética y la épica socialista traducen magníficamente al formato de las imágenes yuxtapuestas en secuencia narrativa. Claro, los preceptos y slogans funcionan mejor como carteles, imágenes independientes con mensajes prolijos y fácilmente comprensibles, que cuando hay que construir una historia coherente (o al menos cohesiva) que los ilustre, sin espacio a segundas interpretaciones o “lamentables” desvíos ideológicos.

Además, no hay lugar para el superhéroe individual dentro de la narrativa marxista; los protagonistas siempre son el Obrero Anónimo, el Heroico Miliciano, El Pueblo (Así, con mayúsculas) sin identidad ni rostro, una masa anónima dedicada absolutamente a un ideal colectivo. El héroe perfecto de la CCCP sería un campeón del trabajador común, peleando una batalla sin fin por Stalin, el Socialismo y la expansión internacional del pacto de Varsovia. Un Superhombre que les demuestra a sus enemigos que solo existe una superpotencia ahora.

Y esa es, precisamente, la idea central de Superman: Red Son, de Mark Millar y Dave Johnson. Publicado en el 2012, el libro explora en 3 números el espectro político global de la Guerra Fría desde el mythos fundamental de Superman con la latitud creativa que permite el sello Elseworlds. La premisa es simple: ¿Qué pasaría si Superman, héroe esencialmente norteamericano, hubiera caído a la Tierra 12 horas después?

Millar cuenta como el cohete kryptoniano se estrella en Ucrania, en una granja colectiva, y el niño es criado por las trabajadoras y simples personas que lo desenterraron de la accidentada masa metálica. Crece, absorbiendo principios de bondad y humanidad que trascienden cualquier sistema político. Al despertar sus poderes, decide usarlos para ayudar donde sea posible, imbuido más del idealismo romántico de las primeras etapas de una sociedad socialista que de los bucólicos y conservadores “valores tradicionales” del original.

No te voy a contar el argumento entero porque no quiero y no es mi punto. Aunque no creo en los spoilers (excepto en muy excepcionales casos). Tampoco te voy a contar el final porque es una paradoja de predeterminación bastante sosa que da mucho la impresión de que Millar ya se había aburrido de la historia pues había agotado todas las partes jugosas del tema. El experimento central es imaginarse un mundo desarrollándose desde los 50 con la figura de Superman como líder supremo del campo socialista, cambiando drásticamente en dirección opuesta el balance de poder histórico. El ejercicio atractivo: examinar una ideología entera desde un personaje archiconocido.

Al inicio del tercer número, Superman, en su cumpleaños sesenta y tres, observa el planeta cómodamente parado sobre un satélite orbital y calcula que en la Tierra habitan alrededor de seis billones de comunistas. «Moscú se movía con la misma precisión de reloj suizo que cada pueblo y ciudad en la Unión Soviética Global». Dice «Cada adulto tenía un trabajo, cada niño tenía un hobby y la población entera disfrutaba de las ocho horas completas de sueño que sus cuerpos requerían. El crimen no existía. Los accidentes nunca pasaban. Ni siquiera llovía a menos que tuviera la absoluta certeza de que todo el mundo llevaba una sombrilla. Casi seis billones de ciudadanos y raramente alguien se quejaba. Ni siquiera en privado».

Esa es una de mis dos páginas favoritas de todo el comic. ¿Cómo no sentir un escalofrío de horror cuando la personificación del Gobierno observa minuciosamente cada uno de tus pasos desde su inalcanzable altura? Más aun sabiendo el destino de servidumbre y deshumanización (visible a lo largo de toda la historia) que aguarda al que disiente.

“Ni siquiera en privado”: esta aclaración me produjo la incomodidad casi física del reconocimiento. ¿Cómo alguien se quejaría, siquiera en la privacidad de su casa, cuando esa Autoridad no necesita de KGBs o comités de vigilancia para oír distintivamente cada uno de tus susurros y ver hasta tus más íntimos momentos, incluso a través de las paredes? En ningún momento habla de lo que los ciudadanos piensan, lo que opinan o desean; esto no importa al poder. Solo lo que hacen y lo que dicen; solo aquello que el ojo vigilante y superpoderoso del Gobierno puede observar.

Y es que el mayor logro estilístico del comic es precisamente estar narrado en primera persona por el líder mismo. Es fácil (es muy fácil) pintar una imagen absoluta y terrorífica del dictador socialista, después de todo es una que se han buscado laboriosamente cada uno ellos. Más difícil, e interesante, es entender la psicología y los siniestros mecanismos que les permiten funcionar.

Superman es una buena persona con objetivos nobles, solo desea una sociedad perfecta para todos; y como todo el que se oponga, a ello o a su visión, está esencialmente equivocado, considera moralmente justificable reprimirlo. Cito mi otra página favorita: «El tiempo pasó y mi control se volvió mayor. Apenas se tomaba una decisión a lo largo y ancho de la Unión Soviética sin mi permiso de una forma u otra. La población era mayormente agradecida y obediente pero los rebeldes seguían siendo un problema. Mi deseo de Orden y Perfección empatado por sus sueños de violencia y caos. Yo les ofrecía una Utopía, pero ellos luchaban por su derecho de vivir en el infierno».

Teniendo el poder absoluto e indiscutible, el de Superman o el de Líder, puede imponer al resto sus sueños y deseos. Aplastando cualquier forma de disensión, cualquier voluntad que no se alinee con su opinión e ideología. Y es que el socialismo probablemente sea el mejor de los mundos posibles, solo que para obtenerlo tienes que abrazar al Héroe Anónimo, sumirte a la masa sin cara que no es más que rueda (dentada) de la maquina estatal. Para entrar el Paraíso del Trabajador Común, solo tienes que entregar tu humanidad en la puerta.

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