La noche de 15 patas

Mujercitos Magazine
8 min readFeb 19, 2021
ArtCover por Claudia Patricia

Por Orestes Hernández

Llega el momento en que ya no sabes nada de ti. Uno se vuelve un país lejano. Es una suerte al parecer vivir en esa deriva existencial, descentrada y tornasol. Encajas en todo pero no eres parte de nada. Hoy desperté a las 4:27 am. Como es algo que no pasa a menudo me detengo en ello. Escuché algunos sonidos entre el sueño y el desvelo. Siempre pienso que alguien ha entrado a robar o está a punto de entrar. También pienso que algo se me ha querido transmitir a esa hora. Busco un poco en cualquier dirección, recorro el día anterior a modo de galerías olvidadas. Es muy extraño que al sentarme en la cama me viene a la mente esto de las detenciones de artistas y la campaña de descrédito hacia ellos. Es como si la televisión estuviera actuando por su cuenta, sin consultar a ningún especialista. Lo están haciendo como para anotarse una pata con alguien de arriba, que tampoco les ha dado el visto bueno. Algo se ha desfasado en esos enlaces.

Según los africanos, antes se podía ir y venir de la tierra al cielo, los orishas y los hombres iban y venían. Al que se le trababa algo en la tierra subía otra vez por ayuda y viceversa. Pero un día este camino se cortó y los de abajo y los de arriba quedaron sin ruta de acceso. Algunos ruidos desde afuera me alertan, pero noto que es el ajetreo de los gatos. Hace unos días descubrimos un gato que descansa sobre el muro de la ventana. Desde adentro de la casa vemos su cuerpo a través del cristal nevado. Todas las noches hay peleas de gatos. Después de los bufidos y revolcones estruendosos, este gato vuelve a acostarse junto al cristal.

Esta casa es nueva para nosotros, llevamos solo una semana aquí. Aún tenemos pertenencias dentro de cajas y otras a medio ubicar. En la oscuridad siento algo desmoronándose, siento derrota. Parece que estoy intoxicado de alcohol social. A mí que eso me importaba un comino. Qué me importaba a mí eso de las “relaciones de poder”, nunca pronuncié las palabras estado, pueblo, democracia, instituciones. Ninguna de esas locuras pasó por mi cabeza. Lo preocupante es que todo se va hundiendo y empiezas a buscar en lo que llevas dentro. Un conjunto de agarres de los que mantienes tu posición. De pronto ves que lo que sostienes no es seguro, estás anclado a un tejido en el que otros pueden soltarte y estarás en caída en pocos segundos.

Desde la sala, inmóvil, eché una ojeada al jardín, los oídos se me llenaron de presión y silencio. Trataba de escuchar en todos los espacios y rincones. Un mes estuvieron nuestras pertenencias en cajas dentro de la nueva casa. Un mes esperamos a que los dueños anteriores encontraran para donde ir. En ese tiempo nuestra ciudad de cartón fue invadida por unos guayabitos. La plaga del cambio nos roía. Subí hasta mi pequeño santuario, pasé la mano sobre mi máquina de escribir vieja. Se la compré a un muchacho que jugaba con ella en la calle. Solo tengo que cambiarle la cinta que está gastada, con ella solo he escrito palabras sueltas y desteñidas. Behaivor es una de ellas, una palabra de la que nunca recuerdo su traducción. Una y otra vez la llevo al traductor. Seguramente el mes que viene la busque otra vez y el siguiente mes también. Una vez golpeé en las teclas de la máquina: “yo escribo y ella obedece”, una máxima de nuestro profesor de computación para explicarnos qué cosa era una computadora. He metido la cabeza casi dentro de sus martillos para comprender el mecanismo. Es una pieza maravillosa.

Mi mamá es mecanógrafa, ahora es casi un trabajo muerto. Mi madre tiene una ortografía envidiable, algo que no heredé. Los trabajos le quedaban limpiecitos e intachables. Trabajó mucho tiempo en el partido, los cuadros se quedaban embobados admirando sus escritos. Los jefes discutían para quedarse con ella. Imagino… era como querer tener en tu oficina la super Mac e impresora. El buró se lo llenaban de estibas de mierdas a teclear. Mi abuela le decía que no hiciera las cosas tan rápido, si no le darían más trabajo. Le decía que no fuera boba, que la iban a reventar. Que hiciera mal los trabajos y los demorara. Mi mamá no era capaz de mentir, ni de desprenderse de su tintineo partidista. Gracias a Dios un día nací yo y ella decidió cuidarme lejos de esas oficinas. Tener esa máquina en un santuario, de cierta forma es crear un lazo con todas esas acciones de mi madre. Con su escritura copista y fiel que fue tirada a la basura. Tengo que acoplarla a mi vida. La máquina representa también a un espíritu que me acompaña y que escribía, y al que trato de crearle su espacio. A los muertos se les representa para que ellos vayan apegándose a ti. Tal vez mi desvelo se deba a él. Pero a esta hora no soy capaz de asimilar nada.

Apagué la luz del pequeño santuario, bajé las escaleras y fui a la cama.

En la mañana localicé la caja de artilugios congos. Cualquier religioso hubiera empezado buscándole un lugar al muerto primero, pero en ocasiones las cosas toman su propio orden. Abriendo el secreto como un infrasentido me llega el dolor de los otros. Cualquier experiencia individual, cualquier escena, me parece angustiosa. Me siento como Celia con su pelo enorme, como Henry Eric virando la cara a otro lado. Siento que me llevan como a un puerco, como llevaban a aquel hombre por los brazos y las piernas por la calle 1ra, con un idiota que aguantaba una cámara en el hombro mientras le iba dando patadas por la cabeza y otro tipo, este del talismán, con su algarabía de fondo.

Cuando me siento a comer veo escenas como estas, cuando voy a pintar, cuando tomo agua o juego con los niños, empacando, desempacando. Tengo una plaga que tengo que exterminar. Dónde encuentras ahora un veneno digno, un “veneno del bueno”, como aquel título del cuadro de Odey Curbelo. Aquí todo va por tu cuenta. Dice Alina que busquemos en Revolico a alguien con veneno. Ya estoy cansado de los servicios de contracultura, la falta de profesionalidad, la resolvedera. Ayer salí a la calle y comprendí que lo mejor es quedarse en casa. No por el virus sino por el veneno. El ambiente está envenenao. El veneno de las ganas, el veneno de la fe.

¿Quién habrá sido el tipo que desbarató la puerta de Luis Manuel? ¿Qué estará haciendo ese esperpento desconocido? ¿Estará ahora comiendo en una bandeja de aluminio? ¿Se habrá comprado una cadena de acero quirúrgico? ¿Le habrá limpiado hoy el carro a su jefe? ¿De qué vivirá ese tipo? Quizás lo hizo de gratis o se ganó una entrada al Capri, una botella de ron y un pomo de refresco. Tal vez sea el que tiene el veneno de rata.

Me pasé un mes buscando cajas vacías por todas las tiendas de playa. Quería protegerlo todo y llevarlo organizado, empaqué cada clavo. Les cogí cariño a las cajas. Era tan difícil conseguirlas y traerlas, a pie, en carros; hasta pensé en hacerme una fábrica de cajas. Quería después de la mudada guardarlas y exponerlas. Pero me di cuenta de que eso sería almacenar comida para guayabitos.

¡Con licencia de Nsambi!, comienzo a dar conocimiento de lo que hago y pido la bendición.

¡Bienvenidos a su nuevo Munansu! ¡Aquí van a gozar! Tenemos tierra, mira como tenemos ewé aquí. Desde aquí vamos a tirar pa’ alante. Esta es su casa y la nuestra. Que todo sea para bien, firmeza y rompimiento de las dificultades.

Después pasé pa’ Trota Mundo e igual le di conocimiento y cuando voy a sacar a Busca Zimbo, ¡fuck!: un nido de guayabitos. ¡What the fuck! En una jícara preparada había tremendo desparpajo matérico. “Busca Zimbo”, lo bauticé así pa’ que precisamente busque dinero (zimbo). No podemos esperar a que el dinero venga solo, el dinero hay que salir a buscarlo. Cualquiera diría que el dinero se hace trabajando. Pero no confío en la idea del trabajo y el esfuerzo. Como en una cacería hay que buscar zimbo, owo. Tener un rastreador preparado. Aquí está su jícara con toda la parafernalia artística y mágica conviviendo. La jugada dura. La cabeza de caballo. El sinsentido de la verdad.

¡Mira lo que se me armó aquí! O lo que se desarmó. ¿Qué significa esto?

El guayabito me dejó tres criaturas pataleando con los ojos cerrados aún. Esta gente te lanza de cabeza en el ojo de lo misterioso. Todo el macuto desecho y profanado ¿o bendecido?, al fin y al cabo, es un nacimiento. Así que mi lucha con los ratones acaba y empieza la lucha por interpretar el conocimiento expresado en estos hechos.

Le pregunto a Busca Zimbo qué camino lleva esto. La respuesta es que las criaturas no se pueden matar y debo dejarlas ahí. Yo reponiéndome a mi posición vertical, sintiéndome el tirón en la columna y con una mueca en la cara me quedo analizando aquello. Suspiro y le digo: bueno, aquí mismo se quedan, vamos a esperar a que su mamá guayabito o guayabita venga a buscarlos y se los lleve.

– ¿Ustedes arreglarán todo esto y cuadrarán esta noche? ¿Aquí se quedan esta noche a la intemperie?

–Sí

–Bueno, ¿hasta aquí todo claro?, ¿ya todo bacheche?

–Sí

– ¡Bárbaro!

Cubrí a los ratoncitos con cartón masticado, nailon, trozos de tabaco, algodón de ceiba. Las mismas cosas que usó su madre. Di la vuelta y me fui.

Al día siguiente fui a verlos. Y ¡fuck!, todos estaban muertos. Hay que seguir analizando el asunto. Su madre no vino, o vino y no pudo hacer nada o ya estaban del otro lado, después de un pacto universal. En fin, yo no los maté, como se me dijo.

– ¿Ustedes se quedarán con estas tres criaturas?, pregunto.

–Sí

– ¿Lucero Mundo se queda con ellos?

–Sí

– ¿Van dentro de Lucero?

–Sí

–Esa es la cosa.

Abrí un espacio dentro de Lucero y allí sepulté a los difuntos.

–Papá, ¿así es esta obra?, pregunto.

-Sí

–Esa es la cosa, bueno…aclarado el asunto todo está en su sitio. Todo bacheche on toto.

Como todo se desarrolló en la jícara del arte y el owo, si todo viene bien este año, le doy la patá a la lata. Me quedo mirando al suelo y sonrío. “Yo pienso positivo porque estoy vivo, porque estoy vivo”.

Ahora estoy trabajando en unos muñecos de palo y me siento bastante desubicado con relación a lo real. Pero igual es la misma descoordinación que vivimos con nuestros cuerpos inanimados, la voluntad de palo. Como personajes inadaptados, figuras para paredes y vitrinas. Una sociedad soporte para indios, chinos y negros de yeso.

Ahí está Lucero, lleva a esos tres guayabitos en su interior mágico y universal. La muerte anida nuevos caminos de salvación. Ahora recuerdo que un amigo me dijo que su Lucero se faja con los gatos. Ahora entiendo por qué se armaron esas peleas gatunas, ese es Lucero reclamando su territorio y ahora cuidando a sus guayabitos.

¿Qué llevarán por dentro esos hombres que incomodan y odiamos? Quizás si un día abriéramos a uno y pudiéramos asomarnos… ¡qué sorpresa si sale, suavemente, una princesa encantada! Ahí sí podremos estar seguros de que no sabemos un carajo de este mundo.

Edición, Daleysi Moya.

9 de febrero de 2021

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